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sábado, 7 de noviembre de 2020

Qué pasa si Trump no reconoce una victoria de Biden


El escrutinio no está cerrado, pero a medida que avanza en favor del candidato demócrata, Joe Biden, algunos visualizan ese momento nixoniano en el que un equipo de líderes con peso llega al Despacho Oval de la Casa Blanca para decirle a Donald Trump: “Señor presidente, esto se ha acabado”. Así ocurrió con la visita que el senador Barry Goldwater y varios líderes republicanos hicieron a Richard Nixon en 1974 y que fue el empujón final para que el presidente dimitiera por el escándalo del Watergate.

Desde George Washington (1789-1797), todos los presidentes han cedido el poder al ganador de las elecciones sin resistencia. Pero la retórica incendiaria del presidente Donald Trump sobre un supuesto fraude electoral suscita la duda sobre si optará por el camino de no aceptar el resultado final si la victoria se decanta en favor de su contrincante demócrata. Esa posibilidad es imaginable tras lo vivido en los últimos días, con un presidente autoproclamándose ganador de unas elecciones sin el escrutinio concluido y posteriormente asegurando que hay fraude en todos los lugares en los que él no ha ganado o ha perdido la ventaja inicial que tenía antes de contarse las papeletas por correo, más favorables a los demócratas.

Donald Trump habla de votos legales y votos ilegales para agarrarse a un segundo mandato que parece escaparse de sus manos. Así que, vistos los antecedentes, es previsible que continúe con la batalla legal que ya ha iniciado para discutir el escrutinio en varios Estados, y mantenga su campaña de acusar a los demócratas de robarle la reelección.

En ningún sitio está escrito que deba haber un discurso de concesión de la victoria a un oponente, pero lo que no está sujeto a las interpretaciones trumpistas y recoge la Constitución es que el primer lunes después del segundo miércoles de diciembre, en el caso de este año el día 14, los miembros del Colegio Electoral de los 50 Estados —más el Distrito de Columbia— deciden quién será el próximo presidente ateniéndose a los votos logrados por los candidatos en cada territorio. Además, el próximo 3 de enero inicia las sesiones el nuevo Congreso, y el día 6 de ese mes, la Cámara de Representantes y el Senado se reunirán para certificar quién es el nuevo presidente de EE UU. La toma de posesión es el 20 de enero.

En todas las elecciones de la era contemporánea, el proceso se ha cumplido sin mayores incidentes. Pero la actitud del actual presidente despierta dudas.

Puede que Trump nunca haga la llamada de rigor a Biden para decirle, en un pacto de caballeros, que ha perdido y que la victoria es del demócrata, si así lo determina finalmente el escrutinio.

Puede que el entorno del mandatario —de momento casi todo el Partido Republicano, salvo contadas excepciones, ha evitado pronunciarse en contra de la ofensiva de Trump de cuestionar la base del sistema democrático— tenga la tentación de entorpecer el acceso de un equipo de transición de Biden a la Casa Blanca hasta el último segundo de su mandato, o incluso de boicotear el día de la inauguración. Todo esto lo puede hacer Donald Trump sin entrar en la ilegalidad, aunque rompa con décadas de tradición. Lo que no puede hacer es permanecer ni un segundo más en la Casa Blanca después del mediodía del 20 de enero si no es nombrado presidente por el Colegio Electoral. Cierto es que si la elección es muy ajustada, Trump, como ya está haciendo, va a recurrir a un ejército de abogados, y seguirá incendiando las redes y los ánimos en Twitter o cualquier plataforma que le sirva de altavoz, y recurrirá a sus aliados republicanos en Estados claves en los comicios para rechazar el resultado.
Tirar la toalla

En este sentido, aunque los delegados al Colegio Electoral de cada Estado son de ambos partidos y su voto lo conceden tradicionalmente al ganador en su territorio, cabe la posibilidad de que los legisladores estatales republicanos en lugares como Pensilvania, Míchigan y Wisconsin opten esta vez por declarar que apoyarán a Trump. Los gobernadores de estos Estados podrían legalmente interponerse en su camino, llevando ante el nuevo Congreso una lista de electores que apoyen a Biden, pero todo ello abre un escenario de caos en el proceso.

Ha habido otros candidatos que han afrontado una dura batalla por la elección, como Richard Nixon en 1960 y Al Gore en 2000. Pero ambos acabaron concediendo la victoria a su contrincante sin forzar el proceso. Nixon desistió de pelear los resultados de Illinois, a pesar de la sospecha de fraude, dejando vía libre a John F. Kennedy y evitando una agria pelea —el margen de victoria de Kennedy en el Colegio Electoral le garantizaba de todas maneras la elección—. En el caso de Gore, el demócrata aceptó la dura decisión del Tribunal Supremo que paró el recuento en Florida y tiró la toalla frente a George W. Bush incluso antes de que se reuniera el Colegio Electoral.

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