En la Florida, el alcalde de Miami-Dade, Carlos Giménez, decretó este 11 de marzo el estado de emergencia en el condado ante la epidemia de coronavirus, e inmediatamente las hordas de consumidores salieron disparadas a arrasar los supermercados. Como pasa cuando se acerca un huracán, los anaqueles se vacían en segundos. Las filas son interminables. A pesar de que las autoridades del condado llevan años repitiendo que el agua de la pila en Miami es perfectamente potable, las hordas no dejan ni un paquete de agua embotellada en los establecimientos. También se llevan todo el papel higiénico. No entiendo bien cuál es la urgencia con ese producto.
– ¿Viene un huracán y no me he enterado? –le pregunto con sarcasmo a una agobiada cajera del supermercado Aldi.
--No. El huracán ya está aquí adentro –dice, mientras señala a la avalancha de compradores que recorren ansiosamente el local y se aglomeran en largas filas frente a las cajas registradoras.
Hasta el momento de escribir este artículo, en la Florida hay 17 casos de infectados con el coronavirus.
Cuando las autoridades declaran el estado de emergencia, lo que están diciendo en realidad es: ¡Sálvese quien pueda! No hay indicaciones claras, no hay una distribución organizada de productos básicos, la gente no sabe qué hacer ni adónde ir. Por eso multitudes de consumidores arrasan los establecimientos. Todo se deja a las fuerzas ciegas del mercado, que es totalmente ineficiente para resolver las crisis. Al final el Estado tiene que intervenir para salvar la situación.
En los Estados Unidos todavía muchos no saben a dónde acudir para hacerse una prueba. El gobierno ordena que los exámenes sean gratis, pero aún no se sabe qué pasará con los costos de hospitalización. Como siempre, los ricos pueden costearse todos los gastos necesarios para mantener la salud, mientras el resto de la gente se debate en una indefinida zona gris con respecto a los pagos. Una vez más, el sistema en el que la salud es una mercancía demuestra su ineficiencia y su esencia despiadada.
Cunde el pánico frente a la amenaza del coronavirus. Se cierran escuelas. Se suspenden eventos públicos. Se posponen conferencias y conciertos. Disminuyen considerablemente los viajes. Se suspenden cruceros por treinta días. La economía sufrirá un grave impacto, y en varias empresas ya han comenzado los despidos. La precariedad laboral del capitalismo exhibe su rostro temible ante la crisis.
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